“Los sistemas de producción y consumo de alimentos han estado siempre socialmente organizados, pero sus formas han variado históricamente. En las últimas décadas, bajo el impacto de las políticas neoliberales, la lógica capitalista se ha impuesto, cada vez más, en la forma en que se produce y se distribuyen los alimentos” (Bello, 2009).
“Siempre será máxima constante de cualquier padre de familia no hacer en casa lo que cuesta más caro que comprarlo”. A través de esta frase, Adam Smith reflejaba que cada país tiene unas características determinadas que permiten la producción de ciertos bienes. Dichas aptitudes del Estado invitan a los Gobiernos a potenciar la exportación de los productos sujetos a esas “ventajas absolutas” conferidas por el clima, la tierra, los yacimientos…
Así, después de saquear a los países del sur a través de diferentes colonizaciones, las potencias del norte y los BRIC, han vuelto a posar sus ojos sobre las áreas más pobre del mundo. Han descubierto un negocio, que siguiendo las pautas de Smith, es más rentable comprarlo fuera que producirlo dentro. La adquisición de tierras en países africanos, latinoamericanos y asiáticos ha permitido a las economías ricas aumentar sus producciones de agro combustibles. Granjas de “petróleo agrícola” situadas a miles de kilómetros de sus enriquecidas capitales. Deslocalización de materias primas. Estados Unidos, Brasil o China son claros ejemplos de esta nueva conquista neoliberal del Sur.
Smith expuso en su libro “Los sentimientos morales” de 1759, que el egoísmo personal conlleva a un egoísmo plural satisfecho. Dicha sentencia se traduce en este ejemplo práctico de la siguiente manera: La producción agrícola cultivada en los países periféricos es transportada hacia el país inversor extranjero donde se transformará en agro combustibles. Posteriormente, saldrá al mercado internacional volviendo a los países del sur en forma de materia energética. Cada país aplica su “ventaja absoluta”: unos producen los alimentos y otros los transforman, como si este último proceso fuera innato a las naciones del norte. Finalmente, ambos poseen, en mayor o menor medida, ambos productos. Sin embargo, en caso de querer comprarla, los países más empobrecidos, deberán pagar mucho más dinero que lo recibido por la tierra. Una relación en términos de desigualdad. Los gobernantes adinerados del sur descubrirán que la privatización de extensiones de campo genera estragos en su balanza de exportaciones e importaciones, mientras la población local se enfrenta a un problema mayor: la seguridad alimentaria. Demostrando que el egoísmo nacional, de nuevo, no satisface las necesidades globales, si no que ahoga las de los pobres.
Algunos, basándose en este supuesto de solidaridad, llegarán a citar otra frase de Smith “dame lo que necesito y tendrás lo que deseas”. Esta sentencia, convierte a la energía en una necesidad, y relega a la alimentación de los países del sur a un simple deseo. Irónicamente, un capricho no satisfecho. Repudio de idea, y más cuando algunos usan la cooperación internacional como herramienta para potenciar dichas adquisiciones de tierras.
La disposición de los campos de cultivo privatizados para maíz o caña de azúcar (entre otros) que posteriormente serán transformados en etanol, ha disminuido la cantidad de alimentos de los países del sur. En esta circunstancia, las naciones periféricas deben volver a recurrir al mercado internacional, ajuntándose a los precios mundiales de alimentos. Sin embargo, ante una disminución de la oferta y un incremento de la demanda por una demografía ascendente, los precios se incrementan peligrosamente. Las personas quedan expuestas ante un mercado desregulado como Milton Friedman, el padre del monetarismo y el neoliberalismo moderno, hubiera querido. Mientras, el Estado se debilita, y Hayek, maestro del anterior, sonríe en su tumba.
Las leyes de la oferta y la demanda pueden ser obscenamente modificadas. Así, durante años, la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos tributó como Ayuda Oficial al Desarrollo millones de toneladas de alimentos enviados a los países de economías periféricas. Con la paliativa misión de reducir los índices de hambruna en las naciones receptoras, el excedente alimenticio estadounidense causó la quiebra de los productores locales, sesgando el mercado nacional de los países. La jugada, realizada también por otros Estados, tiene matricula maquiavélica. Por una parte se endurecen los precios del mercado interno del país donante. Las clases bajas accederán a los alimentos a un precio normalizado y regulado a la fuerza; por la otra, se anulan los mercados del sur originando un incremento de la dependencia alimentaria.
En la actualidad esta nueva caída del capitalismo ha llevado a diferentes sectores mercantiles a la especulación en commodities alimentarios. Desde el 2007, la desregulación de los mercados ha arrastrado importantes sumas de dinero a esta área prioritaria para el desarrollo. Entidades bancarias y multinacionales de todo el mundo han invertido en tierras y alimentos, que posteriormente vendían en el mercado internacional. Con el fin de aumentar los beneficios, como especifica José Esquinas, experto de la Agencia para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas, estos colosos económicos han perdido cosechas enteras con un único propósito: reducir la oferta y alzar el precio de los alimentos para incrementar el beneficio del resto de sus especulaciones. Naturalmente, muchas de sus inversiones van dirigidas a las empresas de agro biocombustible, sector que ofrece mejores precios que la alimentación normal.
Los espíritus críticos, tachados con el indefinido término de anti sistemas, ya han denunciado la situación originada en los últimos seis años. Un informe publicado por la Academia Nacional de Ciencias de Washington destaca que los precios de los alimentos aumentaron entre un 20 y un 40% como consecuencia de la expansión de los agrocombustibles. Sin embargo, las voces son silenciadas. En 2011 los líderes del G20, ilusos o ignorantes, cuestionaron el origen de la subida intensiva de estos productos. Cuando los diez organismos multilaterales encargados de la investigación volvieron con la misma respuesta, identificando a los agrocombustibles y las especulaciones como principales culpables, el G20 desechó su propio informe. Información peligrosa que los ponía en contra de los poderes económicos y el endiosado mercado.
Y mientras las grandes fortunas de capital aumentan a costa del hambre, la crisis alimentaria mundial originada por ellos mismos, condenó a 100 millones más de personas a la pobreza extrema en 2008, a 44 millones más en 2010 y desató conflictos en más de 30 países (mercado, el de la guerra, donde también participan activamente). Sin embargo, no tenemos derecho a quejarnos. Estos temas están prohibidos. Es un atentado contra el capitalismo, y este, nuestro sistema, es el “final de la historia”, el mejor y más desarrollo de los sistemas políticos. O eso pregonaba mintiendo Fukuyama, otro neoliberal con intenciones de fomentar el hambre en el mundo.
Diego Maldonado Técnico de Educación para el Desarrollo