¿Los hombres no pueden pegar a las mujeres?

Las intérpretes humanizan la estancia de los refugiados que consiguen llegar a Europa

Las conversaciones que mantienen los voluntarios y trabajadores de ONG con los refugiados llegados a través de los Balcanes pocas veces superan el cuestionario básico: duración del viaje, lugar de procedencia y país de destino. A pesar de la mímica, si ellos no intermedian las charlas, estas suelen terminar ahí. Muy pocos voluntarios hablan árabe o farsi. Por eso los traductores prestan un servicio muy preciado, más cuando surge algún problema y los refugiados necesitan información o atención médica. “Hace poco atendimos a una niña iraquí de 14 años que llevaba días sin dormir ni comer y sufrió una crisis de ansiedad al recordar cómo Dáesh había secuestrado en su ciudad a varias amigas del colegio por ser yazidíes, una minoría étnica a la que consideran herética. Seguramente, sus compañeras habrán sido vendidas”, cuenta Boushra Jaber, libanesa que comenzó hace seis meses a trabajar en el campo de Presevo (Serbia) contratada por ADRA (Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales), una de las asociaciones con acceso a este centro.

Jaber suele ir acompañada de un equipo médico. “Cuando comenzamos a hablar, muchos me dicen que es la primera vez desde que salieron de su casa que se sienten tratados como seres humanos. Por fin alguien les habla en su idioma”, apunta la traductora. Una vez que se ha ganado la confianza de su interlocutor, entra en acción Ana Perovic. “Cuando sufren una crisis o una enfermedad, no les podemos ayudar si no les atendemos en su idioma”, advierte esta psicóloga belga del equipo de ADRA. Las dos compañeras llevan desde noviembre conviviendo con muchas emociones diarias, escuchando historias sobre acoso sexual, asesinatos de Dáesh o muertes de niños en la ruta. “Por eso hay días que no puedo dormir, lloro de impotencia porque no consigo que las historias y sus rostros salgan de mi cabeza. Soy incapaz de salir de mi habitación, me paso el día viendo documentales en el portátil para intentar distraerme.”

Según datos de Acnur, el número de niños y mujeres que llegaron a Europa a través de los Balcanes se duplicó entre junio de 2015 y enero de 2016. Las mujeres “están ansiosas por tener información sobre sus derechos en Europa. Muchas nos preguntan ‘¿es verdad que aquí los hombres no pueden pegar a las mujeres?’ Cuando les contestamos que en Europa la violencia machista está perseguida les cambia la cara”, indica la intérprete.

Perovic y Jaber se emocionan al recordar el caso de una afgana de 19 años que les confesó que su marido de 50 años le había agredido ese mismo día en el campo de refugiados. “Se echó a llorar, no podíamos hablar con ella porque en ese momento no contábamos con un traductor de farsi. Nos ayudó una adolescente afgana que sabía inglés. Enseguida las dos jóvenes empezaron a hablar, la chica que hacía de intérprete la consolaba sentada frente a ella, con las manos en sus rodillas. En ese momento vi desde fuera cuál es mi función”, comenta Jaber.

Para ellas lo más difícil consistió en hacer frente al hecho de que esa mujer iba a tener que continuar el viaje al lado de su marido. Por eso decidieron explicarle al agresor, acompañadas por la policía, que la violencia de género no es legal en los países de la Unión Europea. La encargada de transmitir el mensaje fue la quinceañera que hizo de intérprete. Para que esta mujer tenga la oportunidad de iniciar una nueva vida en Europa, el Parlamento Europeo insta a los trabajadores que están en contacto con refugiadas a que les informen de que pueden solicitar asilo en un documento independiente, al margen de su cónyuge.

El cierre de la ruta balcánica

La complicidad que existe entre Jaber y Perovic es evidente durante la charla que mantienen con AHORA tomando un té negro, el mismo que dan a los refugiados recién llegados. Una asiente mientras habla la otra, si la interlocutora da un sorbo la otra completa la frase. “Presevo es una realidad paralela. Tengo la sensación de estar en medio del caos, pero siento que estoy protegida”, declara Perovic. La ciudad en la que se encuentran era la primera parada serbia de la ruta de los Balcanes tras atravesar Macedonia. Con el cierre de las fronteras la realidad del campo ha variado. Hasta ese momento era un centro de tránsito. Actualmente, según cuentan las trabajadoras de ADRA, decenas de personas se han quedado varadas en el centro. Al igual que en Idomeni (Grecia), estos refugiados no pueden continuar con su ruta sin la ayuda de las mafias. “Se encuentran indefensos. No sabemos qué hacer. Nos dedicamos a tranquilizarlos, a animarlos y a cuidar su salud”, cuenta Jaber.

La rutina de estas trabajadoras también se ha alterado. Han pasado de resolver decenas de problemas al día para que los refugiados llegasen lo antes posible a los países del norte a tratar con la rabia y desilusión de estos migrantes que sufren las consecuencias de las políticas europeas migratorias.

“La vida no merece la pena si no has ayudado a un desconocido que nunca te podrá devolver ese favor” es uno de los eslóganes que comparten los empleados de los centros de refugiados. Llevaban meses levantándose cada día conscientes de que su trabajo era imprescindible para cientos de personas, a las que aportaban soluciones a un ritmo frenético. Tras el cierre de la ruta de los Balcanes, cuestionan la utilidad de su función.

Info: Laura Galaup / Jesús Poveda – AHORA