Los cooperantes se multiplican

Ojalá no existiera el Día del Cooperante. Ojala no existiéramos. En un mundo justo y con un desarrollo adecuado, nuestro papel no tendría sentido. Yo hubiera sido periodista o profesor. Sin embargo no. El rol del cooperante sigue estando vigente. Alcanzar el objetivo general de nuestro trabajo, contribuir a la erradicación de los focos de pobreza y la defensa de los derechos humanos, supondría la eliminación del sector laboral. Quizás habría pasos hasta la oficina de desempleo con una sonrisa en el rostro. La eliminación de la pobreza, el mayor motivo de felicidad.

La realidad es otra. Hay oficinas de desempleo, pero no hay sonrisas, y naturalmente, sigue habiendo pobreza. España redujo entre 2008 y 2012 su Ayuda Oficial al Desarrollo en un 70%. Nuestro compromiso con la erradicación de las desigualdades, a través de la icónica meta de destinar el 0,7% del Producto Interior Bruto al apoyo de situaciones internacionales, cayó desmesuradamente hasta el 0,16%. Índices de los años ochenta.

Acompañando a la reducción de fondos en materia de AOD, se encuentran los recortes en el ámbito social español, incluyendo sectores tan prioritarios como la educación y la sanidad. Medidas intencionadas que han aumentado notablemente la pobreza en nuestro país. Internacionalmente la situación es semejante.

Una sociedad civil que pierde la guerra. Eso cree el que favorece la desigualdad. Y así, dentro de nuestra supuesta debilidad, los cooperantes se multiplican. Hay necesidad de ello. El cooperante tradicional, que abandona su hogar para trabajar en proyectos de desarrollo en otras partes del mundo, deja de ser la única modalidad. Surgen otros, dentro y fuera de nuestras fronteras. Otros que entienden el daño que la pobreza causa a los pueblos.

Trabajadores sociales, profesores, jubilados que ayudan a sus familias, personas que colaboran con sus vecinos, defensores de los derechos de las mujeres, o trabajadores del desarrollo, son solo algunas de las modalidades de cooperantes que han tomado fuerza en el siglo XXI. Nuestro sector laboral se diversifica.

Los “nuevos” cooperantes siempre han existido. Hablo de ellos como modalidad que crece y lucha en la actualidad, porque la intrahistoria de los pueblos siempre les ha negado su lugar, pero siempre han estado ahí.

Ellos luchan contra la pobreza, cercana o lejana, desde Ushuaia hasta Moscú y desde Sídney hasta Alaska. No entienden de países, de religiones, culturas o sexo. Todos los que defendemos las causas sociales justas somos cooperantes.

Muchos de ellos han transmitido su solidaridad y su compromiso desde los países del sur donde las realidades de pobreza, hambre o violación de derechos superaban a la ficción. Otros lo han hecho desde de los países del norte. Aquellas naciones ricas, donde la pobreza, aunque se venda lo contario, no es una quimera.

Me encantaría eliminar el adjetivo. No quiero que me digan cooperante, cuando a dos puertas de mi hogar natal, una familia lucha en favor de otra con menos recursos. No quiero que me digan cooperante cuando una anciana cuida con su pensión a toda su familia. No quiero que me digan cooperante cuando un médico lo abandona todo por encargarse de la salud de los más necesitados. Nosotros no somos los únicos cooperantes. Hay millones. Cientos de millones.

El adjetivo debería ser efímero, no clasificatorio.  Algo semejante a tener pecas o no tenerlas. Debería ser un término que caracterice al ser humano, y por consiguiente,  habiendo más de siete mil millones de personas dedicadas a la cooperación con “el otro”, la labor perdería sentido.

La destrucción de nuestro sector laboral nos deja una maravillosa relación entre diferentes conceptos. Yo coopero. Tú cooperas. Él coopera. Nosotros, los seres humanos, cooperamos con el prójimo.  Como efecto dominó la pobreza comienza a desaparecer.

Los dos días vinculados, el día del cooperante y el día de la pobreza, caerían por su propio peso. Ya no tendrían razón de ser: no habría pobres, no habría desigualdades, no se violarían los derechos humanos. Todos colaboraríamos éticamente en el desarrollo de una comunidad internacional justa. Y así, mientras nosotros caminaríamos hacia el desempleo, el mundo perdería un sector laboral pero ganaría mucho más.

Diego Maldonado González-ADRA España