El agua es omnipresente. Acostumbrados a verla diariamente, quizás su alta presencia en el planeta Tierra no nos parezca asombrosa, pero si pensamos que nuestro cuerpo está compuesto por dos terceras partes de agua podemos concluir que el recurso hídrico es el más presente en la naturaleza. Desfragmentando esta cifra por sexos podemos notificar que el cuerpo de los hombres, debido a la constitución musculosa, está formado por un 60% de agua, mientas que en las mujeres constituye un 55%. En nuestros parientes más cercanos del mundo animal, los mamíferos, el agua puede llegar a constituir el 75% de su cuerpo y en las medusas el 95%.
La confianza en el agua está infravalorada. Su capacidad de ocultarse en los rincones más ínfimos del planeta y de nuestro cuerpo, le lleva a aglutinarse principalmente en nuestras células. Coordinando a todos los actores de nuestro sistema y aportándole a cada uno sus necesidades, permite que el cuerpo humano sea tan perfecto. Ella se convierta en la protagonista oculta de nuestra vida. Tal vez por eso cuando recuerdo las palabras de Da Vinci “el agua es el vehículo de la naturaleza” me siento confortable con este medio de transporte, del que no me gustaría cambiarle, ni hipotéticamente, una sola molécula.
Sin embargo, después de cuatro millones de historia humana, el agua sigue siendo una de las mayores amenazas para el hombre. Sin incidir en los cambios climáticos que han elevado notablemente el nivel del mar, las lluvias torrenciales o la lluvia ácida, podemos centrarnos en el consumo de agua en mal estado, que es el mayor impacto negativo de este recurso hídrico en la vida diaria de los seres humanos. Un estudio del año 2000 realizado por la Organización Mundial de la Salud en conjunto con UNICEF reveló que un 4,1% de la mortalidad mundial está relacionada con enfermedades de transmisión hídrica.
La diarrea, enfermedad leve en los países ricos, es uno de las grandes amenazas para los países periféricos. El número de víctimas se incrementa a dos millones cada año. A este mal se puede sumar la malaria, que centrada principalmente en los países subsaharianos, se cobra la vida a un millón de personas en doce meses, llegando a afectar a tres cientos millones de personas en el mundo. La tracoma, que produce ceguera, la esquitosomiasis y helmintos son otras de las enfermedades contraídas por la poca salubridad de los recursos hídricos. Pero ¿cómo solucionar este problema? De raíz.
En el año 2004, Hutton y Haller, dos reconocidos expertos en temas de agua y saneamiento, realizaron un informe en el que presentaban que los costes paliativos de la cura de dichas enfermedades, más la suma de la perdida de horas laborales y educativas, suponía un precio mayor al precisado para garantizar la potabilización y buen estado del agua en todo el mundo. Dicho estudio, que cifraba la cantidad en 85.000 millones de euros, muestra la interminable desdicha de la cooperación. Aunque ha evolucionado, la cooperación para el desarrollo siempre se ha planteado dos maneras de solucionar un problema: ante una persona que tiene hambre ¿le das el pez o le das la caña? Sin pretender infra valorizar el pez, necesario en muchas ocasiones de urgencia o situaciones inmediatas, desde ADRA apostamos por potenciar “la pesca”. Es el momento de plantarnos ante las actitudes paternalistas del norte y fomentar el verdadero desarrollo del sur. Los objetivos alcanzados no pueden excluir a 1100 millones de personas y pensar que hemos alcanzado una meta definitiva. Es el momento de garantizar un recurso hídrico apto y disponible para los siete mil millones de personas del mundo.
Diego Maldonado
Responsable de Comunicación
Mali. Izla Kaya Bardavid de ADRA Suecia