Globalismo alimentario

 

El sociólogo alemán Ulrich Beck definía el globalismo como el proceso en el que el mercado mundial desplaza al Estado de sus funciones y se instala el imperio neoliberal. Si el Estado pierde potestades, sus responsabilidades, es decir, nosotros los ciudadanos, nos veremos desamparados y huérfanos ante los placeres macabros del mercado.

Si esta definición le parece aterradora, le añadiremos el adjetivo alimentario. El resultado significa que los estados, caracterizados por la inoperancia, ceden al mercado las competencias relacionadas con nuestra seguridad alimentaria. Básicamente: ellos decidirán si comemos o no comemos. ¿Imposible? No, realidad.

Después de casi un año el Sahel está cansado. Solicitan ayudas para paliar los efectos de una crisis alimentaria que se perpetúa en el tiempo. Las soluciones paliativas originan nuevos brotes de hambruna que según UNICEF amenazan en la actualidad a un total de 18 millones de personas. Las causas que provocan esta catástrofe son de diferente índole. Los medios de comunicación prácticamente solo nos ofrecen una: la sequía. Aun siendo cierto, dicho motivo no es la piedra angular del padecimiento de hambre en la región.

Si analizamos fríamente las sequías de la zona y somos cobardes denunciaremos a un clima especialmente cambiante en los últimos cincuenta años. Si tenemos valor miraremos hacia las multinacionales, los derroches de energía, la contaminación o los incendios que provocan el cambio climático y le exigiremos responsabilidades al ser humano. También podríamos juzgar a África de inconsciente y reprocharle su falta de planificación familiar, criticando que su incremento poblacional les obliga a exponer al suelo a un régimen de explotación severa. Seguiríamos siendo temerosos de reconocer nuestra parte de culpa. Estaríamos utilizando la vía rápida.

Para hacer uso del coraje, debemos atajar las causas estructurales de las crisis alimentarias, y eso supone un arduo proceso de lucha contra el globalismo alimentario. En ese avance de dominación internacional por parte del mercado, cinco multinacionales controlan el 80% de las exportaciones de cereales, alimento fundamental para los países de economías periféricas. Estados Unidos se encuentra a la cabeza de la venta de maíz, soja o trigo.

Las economías nacionales africanas, en especial las del Sahel, abrumadas por sus causas naturales y las provocadas por el hombre y su desarrollo no sostenible, se ven incapaces de abastecer de alimentos a la población local. La situación y la globalización mercantil les empujan a la compra de dichos productos de primera necesidad en el extranjero. Con el fin de reducir el coste del bien en la microeconomía, los estados africanos eliminan las barreras arancelarias, ocasionando vulnerabilidad en su producción nacional. Entonces, el mercado se come a los gobiernos, los magnates estadounidenses se frotan las manos y se preparan para enriquecerse a costa de una población que lucha por sobrevivir.

El oligopolio establecido les permite fijar importes desorbitados por bienes de primera necesidad. Según la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura (FAO) el precio de los alimentos subió hasta un 6% en junio de 2012. Destacan especialmente la subida del cereal con un 17% y el del azúcar con un 12%. Este incremento ha encendido las alarmas. La dura situación que hundió a más de cien millones de personas en la pobreza por la subida de los precios en 2008 todavía está muy presente. El capitalismo vuelve a imponerse constantemente ante las necesidades humanas.

Además de convertirse en un mercado de alta demanda y particularmente montado para el lucro de ciertos occidentales, África se ha visto obligada a vender sus tierras reduciendo las posibilidades de producción propia. EEUU, China o Brasil son tres de los inversores principales en suelo africano. La relación de los tres países con los biocombustibles les obliga a buscar nuevos graneros de expansión que les permitan mantener sus niveles de producción. La reducción de tierras destinadas al cultivo de alimentos para uso tradicional incrementa las posibilidades de nuevas hambrunas.

Si miramos hacia el futuro las previsiones no son esperanzadoras para esta región del planeta. Según un estudio del año 2007, las conjeturas de reducción del maiz para el año 2020 serían del 6,9% con respecto al mijo. Para el año 2050 las previsiones pueden ser aún más dramáticas con una reducción del 14% de la producción africana de arroz, un 22% de trigo y un 5% de maiz. Estos índices futuros, atribuidos a la mala gestión de los recursos naturales y al cambio climático, ampliarán las posibilidades de venta de las cinco multinacionales dominantes del sector.

Los países de África seguirán endeudándose y solicitando ayudas a los supuestos salvadores, propietarios de las mismas empresas que los sumen en la pobreza con las leyes del mercado. El globalismo alimentario se convierte en un duro enemigo a abatir por el bien de los africanos. Mientras tanto él seguirá avanzando bajo sus premisas neoliberales conquistando nuevos mercados. Quizás algún día nosotros también nos veamos amenazados por este devorador, y entonces reaccionemos.

 

Diego Maldonado

Técnico de Educación para el Desarrollo