En septiembre de 1920 un joven pedagogo ruso se adentraba en el reto definitivo de su carrera. Se alababa con cánticos el triunfo de la revolución soviética, mientras Anton Semiònovich Makarenko, maestro de profesión, aceptaba la tutela de una comuna de adolescentes. Eran niños convertidos en adultos. Criados bajo la oscura expresión de la guerra. Con esfuerzo y trabajo Makarenko convirtió la comuna en el referente económico de la zona, gestionado bajo los dictámenes de los propios educandos. Su innovación, alejada de la oficial educación comunista impartida por el estado, conllevó su triunfo. Ajeno al poderío económico, el joven maestro ruso motivó a los adolescentes convirtiéndolos en un grupo social unido, que se educaba a sí mismo, procurando apoyarse, ayudarse y respetarse por el bien grupal. Dichas relaciones interpersonales originadas en la comuna, fueron su verdadero éxito. Aquel que pasaría a la historia.
Fuera de los aspectos positivos, el modelo también trajo consigo críticas: comunistas y occidentales. A pesar de los errores del pedagogo, su interés por el bien social le convirtió en uno de los grandes teóricos de las “pedagogías olvidadas”.
La barbarie originada por los estados beligerantes de la Segunda Guerra Mundial y los conflictos desarrollados durante la Guerra Fría, sirvieron de inspiración para otra rama pedagógica: la Educación para la paz. Con la bandera de la No Violencia por delante, la Educación para la Paz promueve actitudes cooperativas entre los educandos. Potencia a los pupilos incentivándolos a participar en actividades comunitarias con el fin de ser testigo y actor de las cuestiones de familiares, amigos, vecinos y otros seres humanos.
La Educación en Valores pretende romper los esquemas estigmatizados del sistema proponiendo alternativas. Uno de los objetivos básicos de esta metodología es acabar con el etnocentrismo, que nos convierte mentalmente, muchas veces sin saberlo, en el ombligo de nuestro mundo. Valores, basados en la igualdad, nos alejan de nuestras características más narcisistas. Rompemos los muros que nos impiden ver a otros semejantes, acercándonos a su historia, a su cultura y a su situación actual. Apoyándonos en los valores inculcados nos volcamos en el entendimientos del otro.
Las ONGD también tenemos nuestra herramienta. Durante más de cuarenta años hemos promovido la Educación para el Desarrollo. Atendiendo a nuestra labor en los países periféricos nos convertimos en denunciantes de las situaciones de vulnerabilidad. Educamos a la sociedad de los países enriquecidos. Concienciar e incentivar a la acción internacional han sido siempre nuestros dos grandes objetivos.
La globalización aportó posibilidades a todas estas ramas educativas. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de los educadores y de la necesidad imperante de potenciar cada una de ellas, en ocasiones dichos intentos quedaron supeditados a la nada o sus valores fueron desgraciadamente convertidos en lo contrario por el propio sistema. La situación actual, en un mundo donde los medios de comunicación nos recuerdan la delicada etapa económica internacional, debemos repensar, más que nunca, la educación que queremos. Lo haremos por nuestros hijos, por nuestros jóvenes y por nosotros.
Es el momento de inculcar valores basados en la igualdad, en la paz y en el desarrollo de todos los pueblos. Debemos abrir todas nuestras ventanas y observar al mundo. Caminar por caminos que nunca antes pisamos, reconociéndolos como nuestros y defendiéndolos independientemente de donde se encuentren geográficamente. Enfatizar con el otro y romper los miedos, atendiendo a una sociedad global que lucha y se unifica por lo que desea: un mundo en el desarrollo igualitario de todos los seres humanos.
Durante años nuestra sociedad se ha vendado los ojos alejándose de los problemas de otras comunidades del mundo. El sistema, la globalización y la tecnología nos acercan a diferentes realidades dentro y fuera de nuestras fronteras. Realidades con situaciones de vulnerabilidad y pobreza, las dos plagas actuales que se expanden por todas las sociedades. Rompamos con nuestros sistemas unicelulares y abramos nuestras redes. Acabemos con las plagas.
Nosotros tenemos la respuesta del mundo en el que queremos vivir. Contamos con la experiencia que nos aporta un marco teórico y práctico, necesario e indispensable, otorgado por los grandes maestros de la pedagogía social. Abramos los libros, basémonos en las pedagogías anteriormente analizadas y apliquémosle innovación. Tenemos la práctica y la historia humana como referentes para la unión. Años de colaboraciones sociales nos avalan para cambiar el sistema individualizado en el que nos encontramos. Contamos con los retos: la pobreza y la vulnerabilidad son los enemigos. Elementos a eliminar con el apoyo de cada individuo. Lo tenemos todo, menos el mundo en el que deseamos vivir. Un planeta caracterizado por el desarrollo, la paz y la igualdad. Es hora de que cada mujer y hombre asuma su rol y se conviertan, al igual que la juventud de la comuna de Makarenko, en el educador o la educadora que llevamos dentro.
Diego Maldonado
Técnico de Educación para el Desarrollo
Fundación ADRA
Publicado en: http://pobrezacero.wordpress.com/2012/07/31/la-capacidad-educadora-llevamos-dentro-esposible/